Pocas cosas decepcionan más que mirar la piscina y descubrir que el agua se ha vuelto verde. En pleno verano, justo cuando más apetece un baño, el color cambia, el fondo desaparece y el agua pierde toda transparencia. No es magia ni cloro “caducado”: es biología pura. Entender por qué ocurre y cómo prevenirlo es la clave para mantener una piscina siempre clara y segura.
El responsable casi siempre tiene nombre: las algas. Son organismos microscópicos que se multiplican con facilidad cuando encuentran las condiciones adecuadas: sol, calor, y un nivel bajo de cloro. En zonas costeras como Cambrils, donde la radiación solar es intensa y el agua se mantiene templada incluso en otoño, basta con dos días de desequilibrio químico para que el verde se apodere del vaso.
El agua verde es el resultado visible de millones de algas suspendidas. Primero adquiere un tono turquesa, luego verde intenso, y si el problema avanza, llega la turbidez total.
Aunque parecen todas iguales, no lo son. En piscinas domésticas suelen aparecer tres tipos:
Cuanto más tiempo se deja pasar, más resistente se vuelve la colonia y más difícil es recuperar la transparencia.
Antes de que el agua cambie de color, hay señales claras. Si el fondo se vuelve resbaladizo o las paredes presentan una fina película verde o amarilla, las algas ya están presentes. Otro síntoma es la rápida caída del cloro libre: el desinfectante se consume neutralizando microorganismos y materia orgánica.
La mejor defensa es la observación. Revisar el pH y el cloro dos veces por semana y cepillar regularmente impide que las algas se asienten.
Primero, cepilla paredes y fondo para desprender las algas adheridas. Ajusta el pH entre 7,2 y 7,4 y aplica una cloración de choque siguiendo la dosis recomendada por el fabricante. Mantén la filtración continua durante 24 horas.
Después, añade floculante para agrupar partículas finas y facilitar la limpieza. Al día siguiente, aspira el fondo y realiza un lavado de filtro. Si el agua mejora pero sigue algo opaca, repite el proceso con menor dosis.
Cuando el problema persiste, suele indicar un filtro saturado o arena compactada. En ese caso, conviene revisar el medio filtrante y considerar un cambio a vidrio filtrante, más eficiente y duradero.
La clave está en la rutina. Mantén el pH entre 7,2 y 7,6, el cloro libre en torno a 1–2 ppm y la filtración al menos 8 horas diarias durante el verano. Añade algicida preventivo una vez por semana y limpia regularmente el prefiltro y los skimmers.
En piscinas cerca del mar, el polvo salino y la humedad pueden alterar los valores químicos más rápido. Un analizador digital o sensor inteligente, como Blue Connect Go, ayuda a mantener el control sin esfuerzo, enviando alertas al móvil cuando algo se desajusta.
Cuando el agua se vuelve verde, muchos reaccionan vertiendo cloro sin control. Este exceso no resuelve la raíz del problema y puede dañar el revestimiento o irritar la piel. El cloro solo actúa bien dentro de su rango de pH, y si la filtración no acompaña, se desperdicia.
La solución no está en más producto, sino en mantener equilibrio, limpieza y constancia.
El agua verde es un aviso, no una tragedia. Controlar los valores químicos, limpiar con frecuencia y mantener la filtración activa son pasos simples que evitan que las algas ganen terreno.
Una piscina cuidada refleja más que el cielo: refleja atención y constancia. En el Mediterráneo, donde el sol nunca descansa, la transparencia es el mejor indicador de que todo funciona bien.